Hace algunos años, me pidieron que hablara ante un club Interact en mi ciudad natal de Colombo (Sri Lanka). Siempre he tomado con seriedad mis interacciones con los jóvenes rotarios por lo que preparé mi discurso con sumo cuidado y con el mismo entusiasmo que para otros eventos. Después de la reunión, conversé con algunos interactianos, respondí sus sus preguntas y les expresé mis mejores deseos.
Salí del aula donde nos habíamos reunido esa tarde de otoño. El resplandeciente sol brillaba directamente en mis ojos por lo que busqué un poco de sombra detrás de una columna mientras esperaba que me recogieran. Mientras esperaba oculto a la vista, escuché a los jóvenes que acababan de escuchar mi discurso. Por supuesto, sentí curiosidad. ¿Qué podrían estar diciendo? ¿Qué habían aprendido con mi presentación? Pronto me di cuenta que lo que habían aprendido no era exactamente lo que me había propuesto. No hablaban de lo que les dije, de las historias que les conté o de las lecciones que quise impartir en su escuela. Para mi asombro, el principal tema de conversación fue mi corbata. Los escuché hablar sobre mi ropa occidental, mi historial y mis negocios; analizaron y opinaron sobre cada aspecto de mi apariencia y comportamiento. Justo cuando empezaron a especular sobre mi automóvil, llegaron a recogerme y salí a la vista. Es posible que se sintieran un poco avergonzados, pero igualmente les sonreí y me despedí mientras me subía al automóvil.
Sin importar lo que aprendieron de mí ese día, yo aprendí mucho más. Aprendí que las lecciones que enseñamos con nuestro ejemplo son mucho más poderosas que las palabras. Me di cuenta de que, como líder rotario y miembro prominente de la comunidad, para bien o para mal, era un modelo a seguir para esos jóvenes. Sus ojos estaban puestos en mí de una manera que no había notado antes. Si decidían imitarme, seguirían el ejemplo de lo que vieron, no de lo que les dije. Todos los rotarios somos líderes de nuestras comunidades de una u otra manera. Todos asumimos la responsabilidad que eso conlleva. Nuestros valores e ideales rotarios no pueden limitarse al entorno de nuestros clubes sino que deben mantenerse en nosotros cada día. Dondequiera y con quienquiera que estemos, ya sea que participemos o no en la labor de Rotary, siempre representamos a Rotary. Debemos
actuar en consecuencia: sobre lo que pensamos, decimos, hacemos y cómo lo hacemos. Nuestras comunidades y niños se merecen lo mejor de nosotros.
K. R. RAVINDRAN
Fuente: Boletín de LFR, mes de marzo.